La industrialización trajo consigo avances tecnológicos muy importantes, así como la acelerada producción de bienes. Sin embargo, también es responsable del uso excesivo de combustibles fósiles para los medios de producción y el transporte. Esto ha ocasionado que la concentración en la atmósfera de gases de efecto invernadero incremente significativamente, con escenarios del doble de concentración en la atmósfera a finales de siglo respecto a la cantidad previa a la revolución industrial.
El problema central de las emisiones de gases de efecto invernadero radica en que, al haber más moléculas que favorecen la retención de energía, el planeta se está calentando y eso origina que los climas sufran una tendencia de cambio, en otras palabras, estamos incentivando el cambio climático con las actividades humanas.
Los océanos son grandes sumideros de carbono, es decir, amortiguan grandes cantidades de CO2, pero se prevé que el porcentaje que pueden asimilar disminuya en un 34% de acuerdo con escenarios climáticos.
Debido a que los océanos y mares absorben cada vez más cantidad de CO2, los procesos biogeoquímicos que ocurren en los ecosistemas marinos tienden a la pérdida de carbonatos y, por ende, la acidificación paulatina del agua, lo que genera impactos severos en algunas especies como los arrecifes de coral, moluscos, erizos de mar y algunas microalgas. Los daños que este suceso generará en la economía y en la sociedad pesquera aún no son evaluados.
Uno de los principales objetivos del Programa Mexicano de Carbono es delimitar, a través de la integración de investigaciones, cómo se integra el ciclo del carbono a las relaciones socioeconómicas, ya que dicha relación permite no solo el entendimiento de las emisiones totales de gases de efecto invernadero, sino también otras problemáticas ambientales asociadas y que son consecuencia de actividades humanas que están acelerando el proceso del cambio climático, que a su vez tendrá repercusiones en actividades humanas como la pesca, la agricultura y el sistema alimentario.
En México, existe una cierta cantidad de estudios sobre la relación de las costas mexicanas con las interacciones de CO2 atmósfera-océanos, los cuales se centran en la evaluación de los flujos y cómo contribuyen los ecosistemas mexicanos a la disminución de los impactos de los gases de efecto invernadero; sin embargo, los estudios no son suficientes, es tal la extensión de costa en México que la investigación en esta materia se vuelve escasa.
Las zonas costeras representan espacios de suma importancia para los ciclos biogeoquímicos. Por ejemplo, se ha demostrado que los flujos de carbono son más grandes en estas zonas que en otras más continentales. Una de las razones principales que les otorga protagonismo a las zonas costeras es la relación que mantienen con otro tipo de ecosistemas y/o formaciones naturales, como lo son los ríos, las bahías, los manglares, entre otros, que además del vínculo genera una riqueza biológica de suma importancia.
Las zonas costeras, al ser el límite entre los continentes y el océano, deben ser estudiadas arduamente respecto a los flujos de carbono, no obstante, hay muchas zonas que no se les ha dado la importancia que merecen, ocasionando vacíos en el balance general que debe hacerse entre los mares y la atmósfera con su intercambio natural de dióxido de carbono.
Se puede afirmar que más allá de evaluar los simples flujos de materia y energía entre las zonas costeras, habría que analizar también cuáles son las relaciones sociales y de poder detrás de estos flujos, ¿quién está emitiendo los gases de efecto invernadero y por qué? ¿todos somos responsables de esas emisiones? ¿cómo se disminuirá el riesgo de las comunidades costeras una vez que las consecuencias del cambio climático estén presentes?
Escrito por Ing. Jair González, Especialista en Desarrollo Ambiental en Grupo PROMESA
Fuente:
- Importancia del Intercambio y Reservorios de Carbono en los Mares y Costas Mexicanas – Gilberto Gaxiola Castro, José Martín Hernández Ayón, José Rubén Lara Lara