La selva, perenne, dejó de serlo cuando el humano encontró la manera de desarrollar sus actividades y, con ello, su poder. El legado del hombre evidencia el paso del tiempo a través de edificios, carreteras, civilizaciones y, su contraparte, impacto ambiental, especies extintas y cambio climático.
En México, existe un dicho que dice: “el que tranza, no avanza”. La gente lo dice fácilmente, mientras soborna al policía, luego de romper una regla que pone en jaque el status quo social.
Desde hace un rato dejó de existir la conciencia con respecto a la relación que existe entre el humano y la madre tierra. Ahora proliferan nuevos inventos tecnológicos, como el iPhone; nuevas formas de consumo, tales como Amazon; y se han privilegiado antiguas energías que siguen, y seguirán poniendo en riesgo no solo a la naturaleza, sino también al humano, como es el caso del petróleo. Estos son tan solo ejemplos burdos de una lente que todo lo ve.
Uno de estos caprichos, que sirven para dañar más al ecosistema mexicano, es el Tren Maya. Entre todos mis entrevistados en Tulum, 17 de 20 dijeron que este megaproyecto, auspiciado por el presidente Andrés Manuel López Obrador, era solo una forma de lastimar y segmentar la selva que cobija la península de Yucatán.
Luego de “sufrir” dos paros el tren continúa su desarrollo, el cual ha costado no solo 230 mil millones de pesos, además de un peso mayor a la deuda externa mexicana, sino también la tranquilidad de la selva mexicana, sus especies y su escenografía verde, que ahora se ensucia día con día gracias a la maquinaria y el humano mismo, que clama todo a su paso. Porque no olvidemos que el hombre hace todo por dejar su legado, aún cuando eso pone en riesgo el bienestar social y colectivo.
Y así surgen miles de interrogantes, que abundan en las mentes no solo de mis entrevistados, sino de miles de mexicanos… Unos se preguntan por qué se invierte en proyectos como estos, sin estudios previos sobre los recursos naturales y sobre el impacto en materia ecológica.
Otros se preguntan, alzando la mano en señal de incredulidad, a dónde se dirige todo el dinero que se concentra en las arcas públicas: ¿A la educación de las personas más vulnerables? ¿A la reforestación, restauración y cuidado de nuestra madre tierra? ¿Al pago de la deuda externa, que si se saldara, nos daría oportunidad de poder aspirar a una mejor posición ante las entidades mundiales?
Otros se lamentan, mientras se imaginan toda la naturaleza que se destruirá, las especies que perderán la tranquilidad de su hábitat y la contaminación que un megaproyecto como este causará a un ecosistema que por mucho tiempo fue referente en ecología.
Ahora, la selva perenne no es más que una selva que contiene miles de humanos cavando y destrozando. Aunque quizá vale la pena pensar también en los otros, aquellos que están lejos de la selva, metidos en sus edificios, los que ponen el dinero, o los que simplemente imaginan todos los millones que les esperan en tiempos futuros.
Escrito por: Marco Pérez Palacios