Vivir en el paraíso de Tulum no es todo color rosa, puesto que aún existen prácticas humanas que hacen que la vida ahí sea más un capricho, que una decisión consciente.
Maravillas del paraíso
Desde que llegué quedé maravillado por los atardeceres color flamingo, que incitan emociones positivas como el amor y la esperanza. También por su clima cálido, que te abraza y te permite lucir tus prendas más libres y cómodas. Sin embargo, lo que hipnotiza a todo quien llega a esas tierras paradisíacas son sus playas blancas, que son pavimentadas por las huellas efímeras de los humanos, que desaparecen en seguida por el oleaje más azul y tranquilo (excepto en temporada de huracanes, o en tiempos de mucho calor, cuando llega el nefasto sargazo, ahí las aguas se tornan grises y cafés, respectivamente).
Gracias a estas maravillas llegan personas de todos los lugares (pero más de Argentina), quienes las gozan sin gastar un solo peso (solo si vas a playas públicas, porque las privadas pertenecen a negocios que lucran con la apropiación, y (ab)uso de la naturaleza).
Al vivir en Tulum te olvidas de sus maravillas conforme pasa el tiempo, porque como eres un ser humano te refugias en un estado de confort colectivo en el que nada más importa el dinero, la lujuria disfrazada de merecimiento, las relaciones pasajeras sinsentido y la destrucción de un ecosistema que cede ante las exigencias “conscientes” de todos los que lo habitan por un momento corto, o largo.
Pesadilla en el Caribe
Como todo sueño, en algún punto acontece la pesadilla, esa en la que abunda la desconsideración, la inconsciencia y el abuso de emociones y sentimientos negativos.
Vivir en Tulum es vivir con un velo que nos quitamos únicamente cuando estamos en presencia de las maravillas, pero que utilizamos en todo momento cuando no estamos frente a ellas.
Gracias a este velo es que lo hemos convertido en un lugar tendencioso, al cual solo llegan personas que pueden permitirse pagar estancias cortas a precios ridículos que suben y suben conforme la oferta (casi inagotable) durante todo el año, hasta volverse totalmente irracional en año nuevo, cuando una noche en zona hotelera puede llegar a costar hasta mil dólares.
El encargado de mantenimiento de uno de los hoteles más famosos de Tulum, ha visto cómo se utilizan “de golpe” más de cuarenta mil litros de diesel para hacer funcionar el generador que mantiene la luz del hotel.
Otras de las desconsideraciones incluyen salarios ínfimos que seducen a personas de escasos recursos para cubrir jornadas de doce horas por seis días; tratos inhumanos hacia empleados que deben cumplir con las exigencias (entre ellas horas extras) para poder “sacar la operación” sin remuneración extra alguna. Ya no digas gracias, porque esa es la obligación de un “buen empleado”.
Hablar de todas las pesadillas abarcaría un libro entero, sin embargo, para efectos de esta entrada, el objetivo es dar unas pinceladas sobre el óleo para abrir el diálogo que servirá para crear un nuevo panorama en el que se habla de soluciones y no de desconsideraciones.
En este nuevo panorama se deberían tomar en cuenta todos los factores que perjudican al paraíso, su fauna, su flora y al humano mismo. Asimismo, se deberían de enlistar soluciones tales como reducir el consumo de diesel para dar abasto a la electricidad de una centena de negocios, o bien, elaborar un plan para migrar a fuentes de energías sustentables.
Más que un análisis sobre lo que se sabe que sucede, se deberían tomar acciones al respecto para así poder cumplir las promesas de antaño.
Escrito por: Marco Pérez, escritor invitado.